Esta carta es para continuar la conversación que tuvimos, hace unos meses, sobre la “locura” de los setentistas. Recuerdo que hablábamos sobre que la militancia de la época pecó de barbaridades de análisis, de errores de percepción de la realidad, que se evaluó mal, o no se vio, la real correlación de fuerzas. Y recuerdo que yo quería relativizar esa idea, llamando la atención para el hecho de que lo que hoy parece locura, podía tener sentido en aquellos años: nadie ignoraba la represión, pero se pensó que podía ser enfrentada y que, con los debidos cuidados, se podía seguir actuando como se lo hacía. Entonces me parece que la clave está en responder qué hechos fueron dando sentido a, más que a una determinada lectura de la realidad, a una serie de comportamientos más o menos difundidos entre los trabajadores, que permitieron pensar en términos de lo que hoy se llama “radicalización”.
Pero, en principio, y para rebatir esa idea, se puede argumentar que “los hechos fueron como fueron” y que no se puede hacer historia fuera de eso. Ayer leí un artículo de Luis Mattini, donde usó esta frase que, aclaro, comparto:
“No creo en la pretensión racionalista de leer la historia en subjuntivo; lo que "hubiera" pasado queda para la imaginación de la literatura, no para la historia; en cambio sabemos lo que pasó.”
También creo que compartimos la convicción de que para pensar la construcción de un movimiento emancipatorio, hay que tener un análisis correcto de la realidad, y además, que a él se llega sólo por aproximación. Bueno, pero también sabemos que las “representaciones”, o percepciones de la realidad que construyan las clases antagónicas, pasan a ser también “realidad”, en la medida en que referencian, posicionan, dan coraje o aconsejan aguantar, etc.
El detalle sobre el que quiero que pensemos, es que, como materialistas, reconocemos que a las construcciones ideológicas, a las representaciones o las lecturas de la realidad, hay que entenderlas también como aproximaciones a lo real, hechas y construidas a partir de vivencias, acciones y experiencias en el mundo material de la lucha de clases.
Para usar una terminología gramsciana, y sin pretensión de ser preciso, creo que de la movilización de las clases subalternas nace la posibilidad de que se construya contra-hegemonía, contrapoder, anti-poder, consciencia de clase, etc. Y estos elementos “culturales” o, mejor, prácticas culturales, pueden y deben entrar en la elaboración histórica, pues son el producto de hechos y experiencias de la lucha real. Pueden ser rescatadas para su transmisión, porque son experiencias vividas, aunque parecen ocultas, por ser cultura “subalterna”. “Cultura” que tuvo un significado fuerte para los oprimidos que la construyeron y vivieron, pues pautó su acción política en su momento, a futuro, como apuesta, de todos aquellos que compartieron esa “nueva moral” o “marco de significaciones”.
Pero, para percibir algo de su significado y de los hechos que construyeron esa cultura como un producto o resultado, hay que pensar a contra-pelo o a contramano. No por la apariencia del resultado, o sea, de los “hechos como fueron”, sino por los sucesos que le dieron sentido a otra percepción de la realidad. O sea, por el sentido que tuvieron en su tiempo para los contendientes, y que tuvo también la consistencia de hechos o formaron parte de lo real vivido.
El sentido común sólo ve a la “cultura popular” como un resultado incontestable, no interesándose por los hechos rebeldes que le dieron origen: repetían en los 70, y aún lo hacen hoy, que “la clase obrera es peronista” o que el pueblo es peronista, y punto. Por eso había que votar al peronismo o sus variantes, para no despegarse. Y cuando al sentido común se le pregunta: ¿Y por qué el trabajador es peronista? , te responde, como máximo, con un razonamiento de apariencia racional: que lo es porque tuvo beneficios materiales. El sentido común, inmediato, ve a la clase obrera como a un sujeto pasivo, venal, comprable, homogéneo, incapaz de construir morales rebeldes, o cualquier cosa fuera del Sentido Común o de la moral hegemónica. Se ve a la clase obrera como resultado y no se ve su complicado proceso de construcción en la Historia.